miércoles, 12 de diciembre de 2018

UNA MENTE INQUIETA. Kay R. Jameson




Mamen y Una Mente Inquieta. 



“¿Cuál entre mis sentimientos es el real?, ¿cuál de mis yoes soy yo?, ¿la salvaje, impulsiva, caótica, enérgica y loca o la tímida, introvertida, desesperada, suicida, condenada y rota? Probablemente un poco de las dos. Con suerte, un mucho que no tiene nada que ver con ellas. Virginia Woolf en sus altibajos lo dejó bien claro: ¿en qué profundidades adquieren su color nuestros sentimientos, es decir, ¿cuál es la realidad de cualquier sentimiento?”

Más o menos a mitad de libro, la psicóloga Kay R. Jameson, hace que mi lesbocerebro implosione.

Mamen me mira y me dice, ahí están tus ganas de cuestionarte todo, absolutamente todo, hasta la naturaleza de tus sentimientos. Desde La Lestantería de Nerea nos llega “Una mente inquieta”. Mamen y yo comenzamos a leer esta autobiografía, más bien ésta psico-ecografía del trastorno bipolar. Perdonad, se me ha olvidado decir que no éramos dos, contando con mis prejuicios hacia la enfermedad mental éramos tres.

Que una psicóloga, desnude su propio trastorno bipolar es de agradecer, pero que consiga reírse de ello, mostrar las contradicciones, las paradojas y sus diálogos interiores, es, como mínimo para hacerle un club de fansas y un paso con su propia figura en semana santa para poder adorarla.

Para que te quedes desconcertada, Kay te va a contar, que si bien el trastorno bipolar, puede matar, también, puede enganchar. Vas a entender por qué Kay acaba siendo yonka de su fase maníaca. Antes de que nadie se ofenda, no, Kay no hace apología del trastorno bipolar, ni tampoco lo hace de no medicarse. Pero es que Kay quiere que entiendas por qué le resultó costoso medicarse, aun sabiendo que era la única opción para seguir con vida.”Echo de menos a Saturno”, así de astro-poética se pone la Kay para titular el capítulo central donde vas a comprender y a dejar de juzgar a la gente que decide no medicarse.

En su fase maníaca, Kay era capaz de percibir con más intensidad, era capaz de emocionarse al pensar en los anillos de Saturno, era capaz de dormir solo dos horas diarias porque se pasaba la noche leyendo sobre mitología celta.

Era extrovertida, se venía arriba y como diría Rihanna ella se sentía “The only girl in the world”. Rebosaba una energía deliciosamente apabullante, meta-energía. Y eso engancha. El litio, le volvía “normal”, y su gente se alegraba por ello. Esa tendencia tan humana que yo denomino la “alegría marxista” que nos hace pensar que el resto debe alegrarse por lo mismo que nosotras, y mira no. Kay no sentía que debería alegrarse de haber perdido lo anteriormente descrito, lo extrañaba e intentaba adaptarse a eso que se denomina, ser normal. A dormir entre seis y ocho horas. A leer cinco veces menos, a no tener la mente tan despierta, porque la medicación también tiene sus efectos secundarios.

Sin embargo, Kay no olvida repetir a lo largo de todo el libro, que el litio, es lo que le mantiene con vida. Lo que hace que, si bien ya no sufre fases maníacas, tampoco sufra depresiones severas de año y medio de duración. Es lo que le hace seguir siendo capaz de poder ayudar a otras personas con trastorno bipolar. Y sobre todo, lo que hace, que personas pre juiciosas como yo, no podamos dejar de leer, y de deshacernos con su litio literario.



                              Leedlo, o Mamen os maldecirá.
                                                       

Patricia Reche.







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