Mamen y Una Mente Inquieta. |
“¿Cuál entre
mis sentimientos es el real?, ¿cuál de mis yoes soy yo?, ¿la salvaje,
impulsiva, caótica, enérgica y loca o la tímida, introvertida, desesperada,
suicida, condenada y rota? Probablemente un poco de las dos. Con suerte, un
mucho que no tiene nada que ver con ellas. Virginia Woolf en sus altibajos lo
dejó bien claro: ¿en qué profundidades adquieren su color nuestros
sentimientos, es decir, ¿cuál es la realidad de cualquier sentimiento?”
Más o menos a
mitad de libro, la psicóloga Kay R. Jameson, hace que mi lesbocerebro
implosione.
Mamen me mira
y me dice, ahí están tus ganas de cuestionarte todo, absolutamente todo, hasta
la naturaleza de tus sentimientos. Desde La Lestantería de Nerea nos llega “Una
mente inquieta”. Mamen y yo comenzamos a leer esta autobiografía, más bien ésta
psico-ecografía del trastorno bipolar. Perdonad, se me ha olvidado decir que no
éramos dos, contando con mis prejuicios hacia la enfermedad mental éramos tres.
Que una
psicóloga, desnude su propio trastorno bipolar es de agradecer, pero que
consiga reírse de ello, mostrar las contradicciones, las paradojas y sus
diálogos interiores, es, como mínimo para hacerle un club de fansas y un
paso con su propia figura en semana santa para poder adorarla.
Para que te
quedes desconcertada, Kay te va a contar, que si bien el trastorno bipolar,
puede matar, también, puede enganchar. Vas a entender por qué Kay acaba siendo
yonka de su fase maníaca. Antes de que nadie se ofenda, no, Kay no hace
apología del trastorno bipolar, ni tampoco lo hace de no medicarse. Pero es que
Kay quiere que entiendas por qué le resultó costoso medicarse, aun sabiendo que
era la única opción para seguir con vida.”Echo de menos a Saturno”, así de
astro-poética se pone la Kay para titular el capítulo central donde vas a
comprender y a dejar de juzgar a la gente que decide no medicarse.
En su fase
maníaca, Kay era capaz de percibir con más intensidad, era capaz de emocionarse
al pensar en los anillos de Saturno, era capaz de dormir solo dos horas diarias
porque se pasaba la noche leyendo sobre mitología celta.
Era
extrovertida, se venía arriba y como diría Rihanna ella se sentía “The only
girl in the world”. Rebosaba una energía deliciosamente apabullante,
meta-energía. Y eso engancha. El litio, le volvía “normal”, y su gente se
alegraba por ello. Esa tendencia tan humana que yo denomino la “alegría
marxista” que nos hace pensar que el resto debe alegrarse por lo mismo que
nosotras, y mira no. Kay no sentía que debería alegrarse de haber perdido lo
anteriormente descrito, lo extrañaba e intentaba adaptarse a eso que se
denomina, ser normal. A dormir entre seis y ocho horas. A leer cinco veces
menos, a no tener la mente tan despierta, porque la medicación también tiene
sus efectos secundarios.
Sin embargo,
Kay no olvida repetir a lo largo de todo el libro, que el litio, es lo que le
mantiene con vida. Lo que hace que, si bien ya no sufre fases maníacas, tampoco
sufra depresiones severas de año y medio de duración. Es lo que le hace seguir
siendo capaz de poder ayudar a otras personas con trastorno bipolar. Y sobre
todo, lo que hace, que personas pre juiciosas como yo, no podamos dejar de
leer, y de deshacernos con su litio literario.
Leedlo, o
Mamen os maldecirá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario